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Por: Galo Benítez
Fotografía: Internet
Las guerras, la banca y el terrorismo de estado
La banca mundial, y muy especialmente la de los EE.UU., siempre estuvo ligada al interés de promover las guerras, tanto así que la Reserva Federal de ese país –entidad pública manejada por el sector privado- lograría amasar fortunas incalculables, con la entrega de préstamos onerosos para endeudar al pueblo norteamericano en guerras sucias que causarían millones de muertos.
Es un secreto a voces que EE.UU. cuenta con pistas clandestinas libres de cualquier control aduanero, a donde llega la droga que se produce en el mundo para saciar el vicio de más de 50 millones de drogadictos[1]. De la misma manera, el gigante de barro del norte, ha tenido en la guerra y el negocio de las armas un seguro proveedor de dinero sucio. Vale decir que existen otros medios para alimentar la economía del imperio, que no solo es la venta de la droga en el mercado negro norteamericano.
Desde el origen de la Reserva Federal de los EE.UU. en 1913, un importante número de grandes y pequeñas guerras han comenzado, las más conocidas son la Primera y Segunda Guerra Mundial, la de Vietnam y la desatada en Irak y Afganistán. Analicemos cada uno de estos eventos de la historia pasada y reciente:
PRIMERA GUERRA MUNDIAL
En 1914, las guerras europeas se dieron entre Inglaterra y Alemania. El pueblo norteamericano no quería saber nada de la guerra, incluso el Presidente Wilson declaró públicamente la neutralidad en el conflicto. Sin embargo, bajo la superficie, la administración yanqui buscaría un pretexto para poder entrar en la guerra.
En una declaración del aquel entonces Secretario de Estado, William Jennis, reconocería que una larga lista de banqueros estaban interesados en la guerra, debido a las oportunidades de amasar grandes fortunas. “Cuando se crean las condiciones para que se desate un conflicto, los gobernantes de turno se apresuran a pedir prestado dinero con altos intereses a la Reserva Federal”, afirmaría Jennis.
El principal asesor del Presidente W. Wilson fue el Coronel Edgard House, un hombre con íntimas conexiones con la banca internacional interesada en preparar el escenario. Así, en conversación sostenida por el Coronel House y Sir Edward Grey, Secretario de Estado de Inglaterra, le preguntaría: ¿Qué harían los americanos si los alemanes hundieran un crucero con pasajeros a bordo? House respondió: “…una llamarada de indignación barrería los EE.UU. y sería suficiente para llevarnos a la guerra”.
En efecto, ocurrió el 7 de mayo de 1915, a pesar de las advertencias formuladas a EE.UU. por la Embajada de Alemania que fueron publicadas en el New York Times, sobre el riesgo inminente de ser hundido cualquier barco que cruce las costas alemanas, el gobierno envío intencionalmente el barco ‘Lusitania’ con 1200 pasajeros a bordo y, como ya era de esperarse, fue hundido al recibir el impacto de los torpedos de submarinos germanos U-boat. El hundimiento del Lusitania fue avivado por la prensa norteamericana para elevar el patriotismo de la población y EE.UU. entraría al poco tiempo en la guerra.
La Primera Guerra Mundial causó 323.000 muertes del lado americano. Gracias al conflicto, el banquero J.D. Rockefeller ganaría alrededor de 3 mil millones de dólares, mientras que al pueblo le costó alrededor de 30 mil millones de dólares, dinero pedido con altos intereses al Banco de la Reserva Federal, controlado por los banqueros internacionales, quienes ganaron fortunas con la primera guerra del Siglo XX.
EL ATAQUE ANUNCIADO A PEARL HARBOR
El 7 de diciembre de 1941, Japón atacó a la flota naval en Pearl Harbor, provocando una segunda incursión de EE.UU. en la guerra. Hace pocos meses se conmemoraron los 70 años del ataque japonés al puerto de Pearl Harbor, suceso que los medios de comunicación informaron –como siempre- a medias. Los noticieros pasaron por alto los entretelones de la guerra, que desataría más tarde la masacre causada por el impacto terrorista de las bombas atómicas lanzadas por los EE.UU. en contra de población inocente de Hiroshima y Nagasaki.
La historia nos recuerda que sería el banquero Presidente Franklin D. Roosevelt quien atizaría el fuego para provocar un ataque fríamente planificado, que sorprendió a la Armada, pues jamás se alertó sobre el bombardeo. El gobierno había iniciado una campaña sucia de hostigamiento en contra de Japón, confiscando sus bienes en los EE.UU., otorgando préstamos a China, entregando ayuda militar a los ingleses, ambos países enemigos de Japón. Un dato interesante nos da cuenta que tres días antes del ataque, la inteligencia australiana advirtió a Roosevelt sobre una flotilla de bombarderos japoneses dirigiéndose a Pearl Harbor, lo cual fue ignorado por el gobernante. El ataque causó 2400 soldados muertos del lado americano.
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
La Segunda Guerra Mundial fue ampliamente apoyada por dos grandes corporaciones: la I.G. Farben, que producía el 84% de los explosivos alemanes, incluido el mortal Zcycklon-B, gas utilizado para aniquilar a 6 millones de judíos en los campos de concentración nazis. Uno de los socios de esta compañía fue J.D. Rockefeller, propietario de la U.S. Standard Oil. De hecho, la fuerza aérea alemana pudo bombardear Londres gracias al combustible provisto por la Standard Oil. Como resultado del negocio de la guerra, Rockefeller recibió más de 20 millones de dólares por los servicios prestados.
La segunda corporación de EE.UU. que sacó provecho de la guerra fue la Union Banking of New York, cuyo director fue Prescott Bush, padre y abuelo –respectivamente- de los ex presidentes Bush. A su vez, Union Banking Corp. no solo que financió el ascenso de Adolfo Hitler al poder, sino que era también un banco destinado al lavado de dólares del dinero nazi. Vale decir que la esvástica, símbolo del nazismo, ha sido la marca indeleble de la familia Bush[2].
VIETNAM, OTRA GUERRA PROVOCADA
La declaración de guerra de los EE.UU. en contra de Vietnam en 1964, tuvo el chivo expiatorio de un supuesto ataque de barcos vietnamitas al U.S. Destroyer en el golfo de Tonkin. Dicha agresión resultó ser un montaje para justificar el sucio negocio de la guerra. El Secretario de Estado de la época, Robert Mcnamara, reconoció públicamente que fue un error, una farsa preparada para fraguar el conflicto. En octubre de 1966, el presidente Lyndon Jonson levantó las restricciones a la ex URSS, sabiendo que los rusos suministraban hasta el 80% de las armas a los vietnamitas. Es más, el banquero Rockefeller financió el montaje de varias fábricas en la Unión Soviética para vender armas a Vietnam del Norte. El financiamiento del banquero se dio para ambos lados del conflicto, mientras el ejército norteamericano hizo todo lo posible para prolongar la guerra, pues estaba de por medio el gran negocio de la venta de armas.
El resultado trágico salta a la vista: 58,000 víctimas entre soldados norteamericanos y, más de 3 millones de vietnamitas.
LA ÚLTIMA CRUZADA TERRORISTA
Hoy en día, para nadie es desconocida la complicidad del gobierno de los EE.UU. en el famoso ataque terrorista a las Torres Gemelas en New York. Los intereses comerciales entre la familia Bin Laden y los negocios vinculados con la familia Bush, tienen vieja data; sobre todo en el ámbito petrolero y de servicios, con la participación en grandes multinacionales como Unocal, Halliburton y Carlyle Group[3]. El plan siniestro del auto atentado tuvo el propósito de crear ante la opinión pública norteamericana el fantasma del “terrorismo internacional”, para justificar la mayor incursión armada del siglo XXI, financiada –como siempre- por los EE.UU y sus potencias aliadas.
La misma farsa del hundimiento del Lusitania o el supuesto ataque a Pearl Harbor fueron planeados al igual que el ataque a las Torres Gemelas, aquel 11 de septiembre de 2001. Fue sin duda un gran pretexto para justificar las dos siguientes guerras provocadas, la de Irak y Afganistán. El sucesor de George Bush, galardonado con el Premio Nobel de la Paz (Barak Obama) ha dado continuidad a la política criminal y guerrerista de la Casa Blanca. La principal víctima del terrorismo de estado, hoy vigente, es el propio pueblo norteamericano, pues a raíz del ataque del 9/11 se puso en vigencia el Acta Patriota, usada para perseguir, reprimir y encarcelar a los trabajadores, estudiantes y campesinos que luchan por sus derechos.
La amenaza para la humanidad antes fue el comunismo, hoy es el Terrorismo Internacional. Ese es el discurso del poder que hoy bombardea el mundo occidental, desde el centro del capitalismo internacional. Todos los días los medios de comunicación –serviles-, se hacen eco de la necesidad de combatir la inseguridad ciudadana para estigmatizar la lucha de los pueblos por justicia social y por la defensa de sus derechos.
El objetivo final de las élites militares, religiosas y políticas, es crear un solo marco jurídico mundial, para reproducirlo en todos los países del orbe y declarar a todo movimiento social -que ose cuestionar el status quo, que pretenda defender sus derechos en las calles o plazas-, como terroristas. No es pura coincidencia la aplicación a espaldas del pueblo de las leyes antiterroristas en México, Argentina, Perú, Colombia, Chile, etc.
Ahora, en Ecuador, la persecución a los pueblos indefensos, a los maestros, estudiantes y campesinos, tiene un solo matiz: la criminalización de la protesta para sofocar el descontento popular. Es la receta de Washington aplicada al pie de la letra en el nuevo orden mundial.
Hoy, como ayer, no importa cuánto dolor y muerte causa la avanzada criminal de la OTAN en Afganistán o en Libia. Detrás de las grandes potencias se oculta el interés de los banqueros internacionales, la industria bélica estadounidense y sionista. En suma, ahora se forjan guerras inteligentes, aquellas de última generación, para apoderarse de los minerales estratégicos, el gas y el petróleo de pueblos enteros, que sucumben desangrados ante la bestialidad del imperio y sus secuaces.
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