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Por: Diego Velasco

Fotografía: Internet

GUANDUNGOS DE LA TIERRA Y EL AIRE

 

O unas cuantas palabras de trueno, para un poeta quijote y callejero

 

 

Más allá de poesía “artesanal callejera”, -como la nombra y bautiza su autor-, esta poesía nace  bien anclada en las tierras memoriosas de la línea imaginaria y es a la vez vuela etérea,  como los blancos corceles rocinantes de los quijotes de la palabra….de aquellos que se han pasado la vida contraponiendo su matemática imprecisa contra los molinos de viento del poder y del canónico sistema.

 

Tal el caso de este libro compilatorio de don Fernando Jaramillo de la Mancha y de otras hierbas medicinales hoy tan contaminadas y escasas; de este nuevo engendro luminoso de don Fernando: jaguar de siete vidas, quijote caballero de pluma en ristre, de estampa alegre siempre perdida fisgando en peligrosas callejuelas y ojos luminosos, siempre fugando en horizontes de destello.

 

Guerreando, guerreando, desde los años 80 e incluso mucho antes, el juglar callejero “sin peto ni espaldar”, -como bien quisiera León Felipe-, viene “tomando por asalto la palabra”, desde los tiempos cuando “la paz gorjea (ba) agónica su anhelo”…y era “poema la batalla”; desde aquella época de epopeyas populares y ” guerras por cuatro reales”, donde alguna vez recuerdo haber visto al poeta cargando sus guantes de versos y su fusil guitarrero, por entre las barricadas fogosas que se armaron en los barrios populares de Quito. Y allí, animando a las tropas “pata sucias”,  a golpes de canciones libertarias, gesticulando, afirmando y sumando con porfía que 2 más 2 es 5, tarareaba por los barrios legendarios de aquel Quitu en armas, “un silabario nuevo de palomas en guerra.”

 

Es que en Fernando Jaramillo la poesía siempre es y será “Poema canción”, “un silencio de colores” que “exige la presencia del canto/ que escondes adentro”… El poema es y será guitarra vieja que nos acompaña, pero siempre antagonista del verso prepotente del tirano, cuerda llena de remiendos, pero bien templada y firme hasta que la estrofa sea una copla que se apure con vinos dementes y corazón apasionado.

 

Porque Fernando Jaramillo siempre ha sabido evidenciar que “las esquinas arden/ cual bemol libertario/ en la vieja guitarra de madera”… ¡cómo no!, si el poeta juglar y quijotesco, se la ha pasado toda su vida entre gallos libertarios y noches completas de mistela, cabalgando junto a su arma con caderas de sancho panza, siempre “en busca de otros voces/ de otros pueblos/ para abordar la aurora”.

 

A cuenta gotas, como sumando y restando sin ton ni ron, en la fría lógica del sistema, el quijote palabrero con ojos de jaguarundi enamorado, sentencia con firmeza: “libero mis cerrojos/ entreabro mis ventanas/ y lucho/ por encontrar la clave…” en tus ojos llenos de soles y de lunas… Bien sabemos que el poeta ha “sobremuerto” varias veces, cuando a su Dulcinea “la desidia ha lanzando un sol menor/ en el pentagrama de su piel marchita”. Mas, “Como en un túnel paralelo/viaja su fuga y su sonata aguda”…siempre muriendo y renaciendo de entre las ruinas cancerígenas de toda aquella humanidad inhumana…

 

El poeta quijote Fernando de las manchas, viejo artesano de la palabra viajera, bien sabe que enfrenta su obra, contra la incomprensión de los burgueses de las letras, pero “guerreando siempre guerreando” persevera. Con su Poesía a martillo elabora versos como sillas, hojas de puertas y ventanas o platos de arcilla, útiles a quienes puedan con ellos identificarse y vivificar sus fatigas cotidianas.

 

El poeta juglar de ojos centelleantes, el jaguarundi equinoccial caminante de la noche, sabe muy bien que al final de sus utópicas empresas: “La cabalgata de la tarde/ comienza en el olvido/ que se arropa en un pétalo/ gris de la memoria” que “es como una magnolia/ desenfrenada y triste/ hundiendo sus raíces en el hielo”….mas, aquello nada le importa, pues ahora ya mucho más viejo que un diablo cojuelo o un ayahuma de cien cabezas, -siempre blindado con su espada quijotesca de poeta juglar y callejero-, perseverará hasta el fin con sus ojos de felino y de cantor agazapado, trovando más allá de la vana hojarasca de los tunantes poetas, mientras que a nosotros sus amigos de empresas vanas: atónitos testigos de su porfiada guerra, solo nos quedará observarlo hasta el final de nuevas batallas:

 

Siempre “levantando sus dedos hacia el fuego”.

 

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Las Casas Oe3-128 (entre América y Antonio de Ulloa)

Quito-Ecuador

ISSN 1390-6038

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