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Por: Pablo Yépez Maldonado

Fotografía: Rupturas

Cuando flamearon los ponchos rojos o la toma del cielo sin permiso

 

Presentación del libro Cuando flamearon los ponchos rojos

 

Ahora que se ha refundado la patria según los ostentosos trajeados del anterior y actual régimen; ahora que fundaron la nación según los de la patria altiva i soberana, este libro viene a demostrarles que no. Que no fundaron nada. Que se encaramaron en la cresta de la ola para arribar, expertos y oportunistas surfistas, en la playa de una bonanza petrolera, donde hubo tanto dinero que sobró hasta para hacer obra pública. Son los testimonios de la gente, esa memoria escrita en los periódicos alternativos, en los medios de comunicación popular los que demuestran que las demandas vienen desde lejos, vienen desde esos páramos estratégicos, desde las reivindicaciones legítimas de los de poncho, de los indios, de las comunidades campesinas que son los que han alimentado de manera persistente a este país que tiene alardes de llegar al primer mundo sin reconocer sus raíces y la sabiduría que nos viene de la matriz indígena.

 

Grandes jornadas, grandes luchas para alcanzar apenas jirones de lo que nos corresponde. Pinceladas de una sinfonía que derivó en la toma simultanea de 14 haciendas en el mismísimo reducto de los terratenientes, aristócratas en decadencia de un sistema que se caía a pedazos. Washington Yánez logra esbozar el espíritu de la época; época signada por la intervención descarada del imperio para retardar las transformaciones que requería el agro. Son 40 años de esa decisión, de ese enfrentamiento desigual entre los indios contra todo el aparato estatal. Como aliados naturales, maestros, estudiantes y obreros, a quienes hay que añadir, como un proceso de reflexión gestado en América Latina, a cierto sector de la iglesia que predicó la Teología de la Liberación; y, además claro, militantes clandestinos del PCMLE.

 

 

América Latina era un polvorín y una cárcel a la vez. Los procesos de liberación nacional en El Salvador, Nicaragua y Guatemala, fundamentalmente, cuyo colofón más alto constituyó el triunfo de la Revolución Sandinista; y, como contrapartida, las dictaduras de carácter abiertamente neoliberal y fascista en el Cono Sur.  En nuestro país, una dictadura atípica, de carácter nacionalista que, presionada por la lucha de los sectores populares de manera tibia tomó tintes nacionalistas frente al imperio, en especial en los temas del petróleo y de la reivindicación de la soberanía sobre las doscientas millas marítimas; casa adentro, para no perder el favor de los sectores dominantes, reprimía cualquier demanda que exigía mejores condiciones de vida.

 

Con la misma sevicia y despotismo con la cual despojaron a los indígenas de los territorios que les pertenecía; amparados en las triquiñuelas de las leyes, la complicidad de los curas y la brutalidad de los mayordomos; así mismo respondieron a la exigencia de aplicar la reforma agraria exigida por parte de los sectores empobrecidos del campo. Para bajar la presión crearon el Instituto Ecuatoriano de Reforma Agraria y Colonización, IERAC, con lo cual entregaron de manera antitécnica predios en la Amazonía provocando el desplazamiento de grandes sectores de campesinos hacia zonas que se consideraban baldías para la correspondiente asignación de títulos de propiedad, con lo cual trasladaron el problema social y ecológico al oriente, causando el enfrentamiento entre los nuevos ocupantes de las tierras y las comunidades indígenas que habitaban la zona además de poner en riesgo la alta biodiversidad de la región.

 

Era petrolera, era de modernización y de crecimiento desorbitado de las ciudades, de grandes negociados y despilfarro; de endeudamiento agresivo y de represión. Se ilegalizó la UNE, se persiguió a dirigentes políticos, se asesinó a los dirigentes y activistas que exigían la afectación de las tierras que no cumplían su función social. Nada nuevo, en realidad, como una estela que nos persigue desde hace mucho tiempo; la misma retórica: terroristas, infiltrados, campesinos azuzados por protervos comunistas. La entonces Secretaría Nacional de Información Pública, SENDIP, como ahora la SENACOM, determinaba la verdad oficial de los hechos. En fin, todo el andamiaje estatal puesto al servicio de los sectores dominantes para evitar que los sectores pudientes pierdan sus privilegios.

 

Pero a pesar de todo, en contra del criterio de quienes pretendían minimizar los conflictos para evitar la arremetida abierta del triunvirato; los campesinos e indígenas de Chimborazo ocuparon las haciendas de Ocpote, Bayo Chico, Charrón Chico, Etén, Guacona, La Merced, Bacún, Magna, Llulluchi, El rosario, Ganshi el Altar, Llucud, Guarguallac; a costa del asesinato de Zoila Martínez y la persecución y enjuiciamiento de varios dirigentes.

 

Como un vendaval y con espíritu festivo, la marea de ponchos rojos recuperaba sus tierras, reivindicaba su condición de ancestrales dueños del territorio. Con esa tenacidad que surge del derecho irrenunciable  a mejores condiciones de vida y sobre la base de la solidaridad y la comunidad, dieron por válida aquella sentencia de Dolores Cacuango: “somos como la paja del páramo que se la arranca y vuelve a crecer”.

 

La memoria viva, aquella que está guardada en los protagonistas, en los gestores de los cambios, es recogida en el libro. Nunca tendrán un museo, un especial con imágenes editadas por las mejores empresas de marketing; pero son, los que en realidad, han hecho posible esta patria. Un reconocimiento a todos ellos, a quienes hicieron posible ese asalto a un rinconcito del cielo disputando de manera desigual con los propietarios, con los terratenientes de fuste y apellidos relacionados siempre con el poder. Un reconocimiento también a los editores de los periódicos comunitarios, a los anónimos cronistas de los hechos cotidianos, a los que miran las cosas con el cristal recogido en la calle. Un abrazo también a quienes han hecho posible que esta historia salga a la luz para darnos nuevos ánimos y nuevos retos y, para impedir, que la historia oficial sea la única que se siga leyendo en esta patria. Además, y no es poco, un reconocimiento a los abogados que apoyaron la lucha y dieron el apoyo jurídico para conseguir la legalización de las tierras y para evitar que muchos dirigentes fuesen encarcelados.

 

Siempre existe la posibilidad de irrumpir, de alterar el orden, de cambiar el curso de la historia; siempre es posible construir la realidad que soñamos, aún es posible luchar contra todos los obstáculos por más sofisticados que sean. Solo la unidad, la decisión y la organización nos permiten trastrocar el sentido del viento y hacer que la vida bulla en cada pueblo, en cada región. De la mano de esos protagonistas, siempre codo a codo con los fabricantes de la esperanza, con todos los dedos y los puños y las sonrisas, de cara al sol y la lluvia, es posible redefinir el horizonte al que deseamos llegar.

 

Nada nos han otorgado; como graciosamente pregona la actual propaganda oficial; ha sido nuestro esfuerzo, nuestra lucha, han sido nuestras propuestas las que han hecho posible transformar la realidad de este país. La capacidad de soñar es nuestra, la fuerza para hacer realidad esos sueños, nuestra es; la organización para construir nuestros más altos deseos, es la nuestra. Hemos resistido los más arteros golpes y nos hemos reconstituido; nos han dado por muertos pero renacemos en cada lucha, en cada voz que se levanta en contra de la injusticia.

 

¡Que vivan siempre esos compañeros, que la memoria no se agote en el recuerdo, que sus sueños se conviertan en el motor que nos impulse a buscar más altos y más preciosos ideales! ¡Que no tenemos, ni queremos, permiso para concretar la toma del cielo!

 

 

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Las Casas Oe3-128 (entre América y Antonio de Ulloa)

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ISSN 1390-6038

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